El petróleo: prisionero de una alianza entre empresas y gobiernos
El oligopolio basado en la alianza de grandes capitales privados con los gobiernos más poderosos del planeta estrangulan las posibilidades de desarrollo y de lucha contra la pobreza de más de la mitad de la humanidad mientras llenan sus bolsillos con los recursos naturales y las necesidades de todo el planeta. La repercusión del petróleo en la actual subida de precios alimentarios y en el consiguiente deterioro de las condiciones de vida de millones de personas es directa. El futuro sólo habla de mayor carestía de la materia prima, lo que promete mayores precios, mayores conflictos y mayor exclusión.
Este siglo debe poner en marcha una movilización por la equidad, la extensión de los derechos humanos y la justicia que también debe adaptarse a los nuevos tiempos, y el caso del petróleo resulta ejemplar para entender cuál es nuestra responsabilidad en medio también de nuestras contradicciones.
Con enorme claridad nos lo dice el compañero Miguel Romero de ACSUR: Ahora hay responsables y agentes que encabezan los ránkings de las bolsas; tienen entre sus principales accionistas a entidades financieras que propagan su “responsabilidad social corporativa”; sus intereses son defendidos con uñas y dientes por los Gobiernos de sus países en nombre del “interés nacional” ; adoptan una imagen de inocencia ecológica por medio de campañas publicitarias cínicas hasta la obscenidad... Y también tienen entre sus accionistas a ciudadanos que no se atreverían ni a tocar un arma; tienen en sus consejos de administración a representantes de “sindicatos de clase” y en sus plantillas a cientos de afiliados sindicales y votantes de partidos considerados de izquierda... Y tienen entre sus clientes a todas y todos nosotros. Por poner un ejemplo, Repsol YPF, aquí y ahora, en este país y con este Gobierno.
Hacen falta, y urgentemente, movimientos que comprendan que el petróleo se está utilizando como un arma de destrucción masiva de las personas y de la naturaleza; movimientos que articulen la oposición a todas las guerras en curso, en Iraq o Afganistán, con la defensa del derecho de los pueblos a la propiedad de sus recursos naturales; que combinen la solidaridad internacional con la denuncia de las responsabilidades cercanas de los Gobiernos y las empresas de sus países; que se dirijan a la “base social” de estas empresas, pequeños accionistas, trabajadores, sindicalistas... y no dejen que miren a otro lado, que se desentiendan de los desmanes de las empresas que les dan dividendos y primas de productividad; que utilicen todos los medios de movilización social y presión política: las acciones en la calle, la contrapublicidad, las denuncias jurídicas y simbólicas, los observatorios sociales, las “contracumbres”, las brechas en la prensa convencional y la prensa alternativa...
Tendremos que afrontar muchas dificultades para desarrollar este pacifismo del siglo XXI. Una de ellas es especialmente compleja: somos, en mayor o menor grado, clientes de estas empresas, beneficiarios de un modo de vida que devora energía y constituye la trama civil de las guerras del petróleo. Hay que buscar una coherencia difícil entre la vida cotidiana y el compromiso social. Traducir a esta época la vieja aspiración de cambiar el mundo y la vida.