Mitch: 10 años después
Entonces desembarcamos en Centroamérica, principalmente en Honduras, cientos si no miles de personas procedentes de organizaciones y gobiernos del Norte, con los bolsillos cargados de la solidaridad de nuestros pueblos.
Y quisimos reconstruirles su país, sus ciudades y sus casas sin darles tiempo a enterrar a sus muertos o a organizar su luto. En una reunión de coordinación de donantes, todos con prisa por ejecutar unas recaudaciones que nos quemaban en las cuentas corrientes, un representante de una ONG local nos detuvo en seco: “Si lo quieren es reconstruir lo que había, por favor, no pierdan más tiempo y márchense. Sólo queremos su apoyo para transformar radicalmente nuestras sociedades desiguales, expoliadas por las inversiones de sus empresas y su globalización. El Mitch no acabó con nosotros, aquí llueve de la misma forma más de 100 días cada año, lo que produjo la masacre fue nuestra vulnerabilidad, que es social, económica y ecológica. Que es lo mismo que decir la pobreza a la que nos someten ustedes con sus políticas comerciales y sus imposiciones neoliberales. Somos cada vez más vulnerables porque ustedes nos impiden desarrollarnos según nuestras virtudes, deseos y capacidades.”
Para algunos, aquella reunión sirvió para cambiar nuestras vidas, y comprender cuál es el verdadero camino de la cooperación. Los balances que se hagan diez años después, deben versar sobre en qué medida se han transformado y superado las vulnerabilidades de aquellos pueblos, no sobre el número de casas o puentes que se hicieron y que más pronto que tarde volverán a caer si la situación persiste.