Todos y todas contra los transgénicos
No hace tantos años nos difunden a través de informativos que descubrimientos en laboratorios permitirán alimentar a todo el mundo, la investigación genética –decían- NOS permitirá contar con cultivos más resistentes a las plagas y con mayor valor nutricional.
Por supuesto que estas noticias venían acompañadas por imágenes de modernos laboratorios, símbolos del progreso, y de investigadores con sus batas blancas, tan impolutas como su aparente desinterés. Además, dicen que SUS descubrimientos (¿de quién?), NOS resolverían los problemas (a todos, por supuesto).
En realidad, sólo cuatro empresas de la llamada biotecnología controlan el 90% del mercado mundial de los transgénicos. En la medida en que sus plantas de laboratorio se extiendan, conseguirán que mayor cantidad de la producción de alimentos dependan de comprarles a ellos SUS semillas, al principio de cada ciclo para sembrarlas. Los agricultores y agricultoras no pueden guardar sus semillas y pierden su autonomía y libertad. Estas empresas venden la semilla y el producto químico asociado, todo les pertenece.
El ser humano lleva miles de años sembrando, cosechando y guardando sus semillas, para volver a sembrar, cosechar y guardar. Este trabajo colectivo, al amparo de los días y de las noches, de las lluvias y los soles, al amparo de los ciclos y los tiempos de la naturaleza, nos ha traído todo lo que hoy sabemos y tenemos en materia de alimentación.
Sabemos que se puede hacer, sabemos que es bueno para nuestra nutrición, sabemos de su sostenibilidad ambiental que nos garantiza mejor vida para nuestros descendientes... ¿Por qué entonces no logramos que las políticas públicas protejan y defiendan estas formas de producción? ¿Por qué hemos de tragarnos, nunca mejor dicho, los apoyos y los permisos para laboratorios, para cultivos transgénicos y para derechos de propiedad de semillas como si fueran billetes?
Quien manda no manda, o manda para beneficiar a unos pocos, o sea manda mal. Se quejan organizaciones de consumidores que sospechan sobre las insuficientes garantías y el desconocimiento sobre sus consecuencias a largo plazo sobre nuestra salud. Se quejan agricultores que repentinamente se ven obligados a pagar tributos a grandes multinacionales a las que nada les pidieron. Se quejan organizaciones indígenas que se encuentran con que sus remedios milenarios ahora pertenecen a una sociedad mercantil que opera en Wall Street. Gracias a estas quejas se ha articulado un frente diverso y plural de oposición, al que debemos sumarnos todos los ciudadanos y ciudadanas que nos opongamos a permitir que se privatice la sabiduría de los hombres y mujeres que produjeron alimentos desde siempre.
Los transgénicos no pueden coexistir con las producciones naturales. Una vez que salen de los laboratorios, se mezclan con el agua, con el aire, con el suelo, con otros seres vivos, con los seres humanos. Como si ellos no lo supieran. No queremos su dependencia como no queremos asumir riesgos a cambio únicamente de sus beneficios.