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¿Otra comunicación está en marcha? Rompiendo las dicotomías de un mundo en transformación y globalmente desigual

¿Otra comunicación está en marcha? Rompiendo las dicotomías de un mundo en transformación y globalmente desigual

Artículo publicado en el nº61 de Pueblos – Revista de Información y Debate, segundo trimestre de 2014, monográfico sobre comunicación, poder y democracia.
Temática: Otros temas, Participación y Ciudadanía.
Autoría: Silvia M. Pérez (Plataforma 2015 y más)
Año de Publicación: 2014
Durante las últimas seis décadas, las ONGD y un gran número de comunicadores y comunicadoras del "Norte" hemos dedicado muchos esfuerzos a tratar de "sensibilizar" a los y las ciudadanas de los llamados países desarrollados sobre una realidad que parecía suceder, y también originarse, a miles de kilómetros de distancia de nuestros hogares. La pobreza, el hambre o incluso (en propuestas más críticas) las injusticias sociales han sido, hasta hace no mucho y según la narrativa promovida por ONGD y por los pocos periodistas "comprometidos" dentro de la estructura de los "mass media", realidades ajenas a lo que sucedía en los países llamados desarrollados. Incluso aquellos discursos que han tratado de mostrar las interdependencias y las causalidades de las brechas Norte-Sur, mayoritariamente no se han alejado de un esquema mental determinado por la eterna dicotomía que dividía al mundo entre países ricos y países pobres.


En los años previos a que la crisis y los ajustes estructurales formaran parte de nuestro vocabulario cotidiano, la pulsión comunicativa del periodismo comprometido con la solidaridad internacional trataba de acercar una realidad situada a miles de kilómetros de distancia al impasible consumidor occidental, pretendía evidenciar la necesidad de dedicar recursos a solventar la pobreza de los más pobres o, en el mejor de los casos, se empeñaba en hacer comprender a la ciudadanía del Norte la responsabilidad de las actuaciones de sus gobiernos o empresas en la situación del Sur.

La llegada de la crisis, el incremento de la desigualdad en nuestro territorio, ha hecho que muchas ONGD y comunicadoras y comunicadores que habían puesto gran dedicación en ser altavoces y dar voz a las realidades del Sur (desigualdad, pobreza, impactos de ajustes estructurales, luchas de movimientos sociales transformadores…) se pregunten ahora cómo informar sobre la realidad internacional cuando la injusticia social está a la puerta de casa, cómo evitar ese “primero los de aquí”, cómo lograr que la difícil realidad local no invisibilice las desigualdades que existen en otras regiones.
Sin embargo, la premisa desde la que se plantean estas cuestiones recae de nuevo en el mismo error focal de los que tradicionalmente hemos utilizado. Porque, si bien hay muchos ejemplos de buenas prácticas, y se pueden nombrar múltiples logros, la realidad actual y las lógicas mayoritarias nos muestran que hemos errado sustancialmente: 1/ en los objetivos y metas que nos mueven al comunicar sobre la pobreza y la desigualdad internacional, 2/ en la conformación de un imaginario dicotómico con el que hemos pretendido “formar” a los y las ciudadanas, muchas veces debido a 3/ nuestra propia incomprensión de la interdependiente realidad global.
 
ONGD, comunicadores y medios tenemos alguna responsabilidad en la imagen atomizada que hemos ofrecido de un mundo que ya hace varias décadas es crecientemente desigual. La dicotomía países ricos-países pobres ha fomentado la incomprensión de los problemas mundiales, un mundo interdependiente en el que las desigualdades domésticas y las internacionales están íntimamente relacionadas. En esto, las ONGD tenemos alguna responsabilidad.
Unos objetivos comunicativos que… ¿transforman?
El pasado mes de febrero, el diario El País publicaba los resultados de una encuesta encargada a Metroscopia. “España”, destacaba el artículo, “debe implicarse de forma significativa en la ayuda al desarrollo porque ‘es un deber moral y ayuda a construir un mundo más justo y sostenible’. Así opina el 81 por ciento de los españoles, sin grandes diferencias entre inclinaciones políticas, género ni edad”[1].
La encuesta desvelaba, según enfatizaba El País, el compromiso de la ciudadanía española con la cooperación al desarrollo. Sin embargo, más allá de la encuesta, es evidente que la política pública más afectada por las medidas de ajuste y los recortes en España, la política de cooperación para el desarrollo (con una reducción en su presupuesto de más de un 70 por ciento) no ha sido reivindicada en las protestas ciudadanas, ni ha sido un foco informativo ni de denuncia periodística.
 
¿A qué se debe esta aparente paradoja? Parece evidente que la ciudadanía es “solidaria”, se “compromete” con la lucha contra pobreza en el mundo, incluso en un momento en el que la pobreza es parte de su geografía diaria. Ahora bien, lo que no resulta tan evidente es cómo imaginamos que ha de ser ese compromiso. ¿Cómo ha de implicarse nuestro Estado con el desarrollo? ¿Mediante donaciones puntuales en caso de desastre o emergencia humanitaria? ¿Apoyando económicamente proyectos concretos en los países más empobrecidos? ¿Pulsando un “me gusta” en alguna campaña contra el cambio climático? ¿Colaborando con organizaciones internacionales que se encargan de estos temas? Y es en este sentido, en el que algunas de las lógicas comunicativas de las ONGD han contribuido a desdibujar el carácter de política pública que tiene la cooperación al desarrollo, así como su relación con otras políticas públicas de carácter nacional e internacional (migratoria, diplomática, sanitaria, educativa…). La uniteralidad, discrecionalidad, la voluntariedad, la caridad interesada, al fin y al cabo, que se impone a nivel legislativo en las políticas de cooperación, se acompaña de unas lógicas comunicativas que no ayudan a romper este esquema de ayuda entre países (personas) donantes y países (y pobres) receptores.
 
Los enfoques comunicativos predominantes (que responden en gran medida a los propios objetivos de las organizaciones) se han alejado de la comunicación que pretende ser transformadora, fundamentalmente porque los objetivos que se persiguen (el contenido que se transmite) muchas veces no lo son tampoco. En las áreas de comunicación de las ONGD seguimos reproduciendo esquemas y patrones propios de gabinetes de prensa o de departamentos de marketing, como describe Víctor Marí[2], que tienen que ver con posicionar la marca (lógica publicitaria), captar fondos (lógica instrumental, o “comunicación mercadeada”, en palabras del citado autor) o transmitir información sobre la ONGD y sus acciones y actividades (lógica informacional).
La crisis ha acrecentado, en gran medida, el uso de técnicas publicitarias para la captación de fondos por parte de muchas organizaciones, en especial de las que tienen más visibilidad mediática, en un momento de grave crisis financiera. Algunas ONGD han incrementado sus acciones publicitarias, sin olvidarse de la situación local, equiparando, en muchos casos, las desigualdades de aquí con las de allí, iniciando incluso acciones sociales dentro del Estado, pero sin llegar a incidir sustancialmente en las causalidades comunes y la propuesta de soluciones globales a los problemas. El objetivo de estas acciones comunicativas suele ser múltiple: 1) la captación de fondos y 2) la denuncia de las causalidades de la pobreza (o a la inversa). Una mezcla de objetivos que confunde, resta credibilidad y hace desconfiar a los y las ciudadanas de la veracidad de nuestro compromiso con transformar realidades, aquí y allí.
 
Así, los movimientos ciudadanos que se han consolidado o han nacido impulsados como respuesta a los impactos de la actual crisis recelan de un sector que aglutina a organizaciones cuyos objetivos (la lucha contra la pobreza y la desigualdad, la gobernanza global, la transformación…) se acompañan de acciones comunicativas centradas en la captación de fondos, y que han utilizado el imaginario de la pobreza para conmover carteras más que para transformar y proponer alternativas.
 
Comunicar y transformar la desigualdad global
Es cierto también que muchas organizaciones, investigadores, expertas y movimientos sociales, también dentro del tercer sector, llevan décadas trabajando formar, comunicar e incidir políticamente con el claro objetivo de revertir la situación de desigualdad global y plantear alternativas. Un trabajo construido comúnmente con organizaciones del Sur, en el que se han intercambiado lógicas de comunicación, enfoques y objetivos que ayuden a romper dicotomías y a entender la estructuralidad de los problemas. Así, gracias a este trabajo, la agenda de la ayuda ha ido incluyendo temáticas como la justicia alimentaria; enfoques como la coherencia de políticas para el desarrollo; objetivos como la sostenibilidad y la desigualdad, e incluso (así se está trabajando en la agenda post-2015) la necesaria ruptura de la dicotomía entre países donantes y receptores a la hora de abordar las políticas de desarrollo.
 
Así, la justicia fiscal, la sanidad universal, la presión sobre las asimétricas relaciones comerciales o los derechos laborales entran a formar parte de los ejes centrales de trabajo de muchas ONGD. La comprensión de que todas estas políticas forman parte de las políticas de desarrollo y que impactan en múltiples geografías sitúan cada vez más cerca a estas organizaciones de la ciudadanía y de las luchas ciudadanas locales que, al fin y al cabo, también están exigiendo soluciones estructurales a problemas globales.
La actual coyuntura ha evidenciado como nunca antes (sin caer en la retórica del pensamiento dominante de ver la crisis como una oportunidad) cómo los problemas del desarrollo son interdependientes. Aunque nos cueste reconocerlo, el contexto, en el que la desigualdad aumenta incesantemente también dentro de nuestras fronteras, genera un marco en el que es “oportuno” comunicar las causas globales de la pobreza, repolitizarse e incidir en transformaciones estructurales (aunque muchas organizaciones siguen confundiendo esta oportunidad con un oportunismo adaptativo o instrumental con objetivos que no van mucho más allá de su propia supervivencia). Nuestro bagaje, nuestros contactos con comunicadores y comunicadoras, organizaciones que en otros países trabajan en las mismas causas nos convierte en excepcionales agentes posibilitadores para la creación de redes, para la difusión de luchas comunes, en el planteamiento de las interdependencias y en la articulación de propuestas.
La crisis de los grandes medios en nuestro país también ha promovido un escenario “favorable” para plantear alternativas fuera de los canales ordinarios de difusión y comunicación de la desigualdad. La eclosión de internet, los nuevos medios y formatos informativos que provee la red y la crisis de las grandes empresas comunicativas han facilitado que multitud de medios se estén consolidando y sean referentes en abordar las temáticas de transformación social como elemento central de su discurso. Es precisamente el foco y la forma en el que se abordan los temas sociales lo que, tal y como subraya el diario The Guardian[3] en un reciente artículo sobre el tema, está derivando la audiencia de las grandes cabeceras hacia estos nuevas formas de contar y analizar la complicada realidad. En este sentido muchas de las nuevas propuestas trabajan y están abiertas a la colaboración con ONGD. Es un momento idóneo para, precisamente, olvidar las lógicas comunicativas utilitaristas o mercantilistas y plantear análisis, propuestas y alternativas transformadoras.
 
Hace más de tres décadas, en 1980, el conocido como Informe Mac- Bride[4] propuso establecer un “nuevo orden mundial de la información y la comunicación”. “Cada nación”, decía el informe, “forma parte ahora de la realidad diaria de otra nación. Aunque quizá no tenga conciencia real de su solidaridad, el mundo continúa volviéndose cada vez más interdependiente. Pero esta interdependencia va de la mano con muchos desequilibrios y a veces genera graves desigualdades”. Hemos aprendido mucho desde entonces, pero quizá es un buen momento para retomar, rescribir o al menos releer las visionarias propuestas por un nuevo orden que nos transforme (también en la comunicación).
 

Silvia M. Pérez es responsable de comunicación
de la Plataforma 2015 y más.
Artículo publicado en el nº61 de Pueblos – Revista de Información y Debate, segundo trimestre de 2014, monográfico sobre comunicación, poder y democracia.

NOTAS:
  1. Toharia, M.: “La ayuda a los países pobres, un deber moral para el 81% de españoles”, El País, 5 de febrero de 2014.
  2. Autores y autoras como Víctor Marí, Javier Erro, Teresa Burgui o Eloísa Nós han desarrollado ampliamente el análisis de la comunicación social del tercer sector en nuestro país, haciendo especial hincapié en las lógicas que se “alejan” de la transformación en la comunicación de las ONGD, como son las prácticas de captación de fondos o las de marketing corporativo (véanse, por ejemplo, V. Marí, Comunicar para transformar, transformar para comunicar. Tecnologías de la información desde una perspectiva de cambio social, Editorial Popular, Madrid, 2011; o J. Erro, “Las prácticas comunicativas de las ONGD. De la comunicación mercadeada a la construcción de una mirada comunicacional”, Directorio de ONGD, CONGDE, 2000). Sus propuestas se fundamentan en la sólida corriente latinoamericana de la educación popular, la comunicación para el desarrollo o comunicación para el cambio social (Paulo Freire, Carlos Núñez o Mario Kaplun, etc.), así como en otras y otros autores que han reflexionado sobre la transformación social a través de la comunicación (como Gonzalo Abril o los clásicos Habermas o Mattelart).
  3. Kassam, A.: “Media revolution in Spain as readers search for new voices”, The Guardian, 25 de marzo de 2014. Disponible en www.theguardian.com.
  4. MacBride, S., (1980): Un solo mundo, voces múltiples. Comunicación e información en nuestro tiempo, UNESCO.